Recordarán el intento de Sir Arthur Conan Doyle de asesinar impunemente a Sherlock Holmes, más encima tirándolo de un barril por el Niágara, si mal no recuerdo. Un bochornoso episodio, ergo, tuvo que resucitarlo ante el clamor de sus lectores.
Ese y otros casos similares, me lleva a pensar que crear un personaje es todo un logro, pero deshacerse de él cuando el autor estima que éste ha cumplido su ciclo vital, es casi imposible.
Comenzaré ad ovo en el proceso creativo, imaginando al autor frente a su hoja en blanco desde la noche del tiempo: un papiro, un pergamino, un papel, una hoja de texto en Word… y el silencio, el reloj haciendo un tic tac inexorable, el editor presionando, y el blanco… terrible experiencia… Y de pronto, aparece el personaje, y al autor, que ignora que sólo es un médium, le da por imaginar que realmente lo creó él, pero tengo mis dudas.
Porque, aunque un personaje es un indiscutible ente de ficción, llega a habitar directamente al mundo, uno igual al nuestro, pero de ficción. Y sin embargo, paradojalmente real, porque existirá para siempre en la mente de quienes los recuerden, incluso superando la muerte material de su creador y brindándole la eternidad que buscaba cuando comenzó a escribir.
Es un conocido tópico ontológico afirmar que los seres y las cosas existen mientras las pensemos. Eso permite que los sustantivos abstractos, inasibles por naturaleza, sean tan reales como los sustantivos comunes y concretos. De lo cual se infiere que Donald es eterno, mientras exista alguien que nombre al pato en cuestión, mientras Disney duerme su sueño de hombre con los días contados. Lo mismo Odiseo; Puck; El Quijote; Don Juan, y Augusto, quien además tuvo la toupé de desafiar a Unamuno.
Al parecer los personajes viven para siempre, adquieren voz propia y a veces sus voces se hacen insoportables para su autor; se vuelven insolentes y contestatarios en un parloteo sin fin, mientras los lectores y sobre todo las editoriales piden más, y más, como vampiros de biblioteca, y el autor comienza a ser literalmente exprimido en su esencia vital para dar más vida y más acontecimientos al personaje.
No debemos extrañarnos, ser escritor es menos romántico de lo que piensa la mayoría, y si ya es una novela traer hijos al mundo, imagínense ustedes parir personajes, llenos de defectos, obstinados en sus obsesiones, moviéndose en un tiempo y espacio dúctil, practicando por su cuenta la libertad de expresión, y más encima, engolosinados con la vida y negándose a morir.
Marcela Adaros R.
Profesora de Estado en Castellano y Filosofía
Doctora en Educación
Escritora (Coquimbo)